Dr. Peter Lock
European Association for Research on Transformation e.V.

DeutschEnglish
Home
About Peter Lock
I search information on
Publications
Texts Orchard as a hobby
Search
Imprint
Links


Dr. Peter Lock
c/o EART e.V.
Auf der Koppel 40
D - 22399 Hamburg
Germany

Phone +49-(0)40-60671088
Telefax +49-(0)40-60671087
Private +49-(0)40-6027975
E-mail: Peter.Lock@t-online.de

last updated:03.01.2011
printable version Open printable version

Caminos para salir de la violencia: experiencias y características en otras regiones de crisis – ¿trasferibles a Colombia?

Ponencia para la conferencia internacional "Colombia - Caminos para salir de la violencia" 27 al 28 de junio del 2003 en Frankfurt. (Otros textos en español ver textos españoles.)

Por Peter Lock

Algunos índices representativos del proceso de globalización neo-liberal revelan tendencias socio-económicas, las cuales se presentan como obstáculo estructural para la realización y el sostenimiento de guerras, entendidas éstas como han sido tipificadas hasta ahora por el derecho internacional. La guerra contra Irak distrae del hecho de que nos encontramos actualmente en una fase del desarrollo del mundo, en el cual las guerras se transforman en un modelo que va de salida y, con esto, desaparece también la protección que las normas del derecho internacional han ofrecido contra violencia arbitraria. Esto no ocurre, como pudiera pensarse, porque fuera observable una tendencia a escala mundial hacia formas menos violentas de resolución de conflictos. Todo lo contrario, mis tesis más bien son que, en primer lugar, Estados Unidos, como potencia militar hegemónica incontestada, tiene la intención de emplear de manera ubicua y preventiva medios violentos para imponer sus intereses dentro del marco de la así llamada guerra contra el terror. Busco fundamentar por qué esta política suprime a la guerra como categoría delimitable. En segundo lugar, la lógica inmanente de las multicitadas "nuevas guerras", que fungen como un elemento del lado inverso de la globalización, que yo llamo la "globalización sombra", apunta hacia una difusión y transformación de la violencia bélica en "violencia reguladora", para la conducción de sistemas de redes transnacionales (económico-)criminales que, como reflejo del globalismo neoliberal, probablemente se han convertido en la esfera más dinámica de la economía global. Como resultado se llega a una desterritorialización de la lógica de la violencia bélica y, con esto, a una disolución del fenotipo[1] "guerra" mientras que, simultáneamente, la violencia se convierte en el medio dominante de regulación económica y social en las zonas de apartheid social que crecen a lo ancho del mundo.

Sobre la primera tesis:

Con el viraje estadunidense después del 11 de septiembre hacia la guerra declarada contra el terror, la delimitación de la frontera entre la guerra y la paz ha sido suprimida terminantemente. Es debido a una aceleración enorme en el desarrollo de la doctrina estadunidense, a partir de este corte crucial en el tiempo, que en adelante la salvaguardia de intereses estadunidenses se libera abiertamente de todos los límites vigentes del derecho internacional. Esta orientación estaba ya anticipada, y encontró su expresión, en el rechazo fundamental a la creación de una corte penal internacional, mucho tiempo antes del año 2001. Un gobierno que, dado el caso, considere necesaria la violación de las reglas del derecho internacional en la salvaguardia de sus intereses nacionales, lógicamente tiene que proteger de persecución penal a los ejecutores por él comisionados.

La lógica de la guerra contra el terror implica un auto empoderamiento casi absoluto por parte del ejecutivo. El adversario, en gran medida invisible, configurado en esta ideología de la amenaza, no conoce límites de acción, está omnipresente en el tiempo y en el espacio; ninguna acción violenta del adversario puede ser descartada. En la medida en que se abusa de la figura de la amenaza terrorista como recurso político para la conservación del poder, ésta asume vertiginosamente dimensiones totalitarias. La recién fundada super secretaría para la defensa de la patria, Homeland Security[2], en Estados Unidos, con poderes extensos en vinculación con servicios de inteligencia en expansión dramática, ofrece ya un anticipo de las pretensiones usurpatorias del ejecutivo.

Dentro de esta lógica autosugestiva, la guerra contra el terror configura y adopta a discreción cualquier figura adversaria oportuna para la política del poder, figura cuya existencia real jamás puede ser probada falsa a partir de la lógica, por lo que no queda sino suponer forzosamente la existencia de ese adversario terrorista, lo que hace que uno se sienta legitimado para actuar en una situación permanente de excepción. Para estrategias defensivas faltan rastros y huellas logísticas claras del adversario terrorista. De la amenaza totalitaria imaginada se genera sistemáticamente la compulsión para liberar también a la (auto)defensa de cualquier constreñimiento a su margen de acción. Consecuentemente, las estrategias preventivas agresivas aparecen como defensa única y eficaz. No es permisible que éstas sean limitadas en su eficacia, ni por las reglas del Estado de derecho, ni por el derecho internacional. La guerra contra el terror deviene así en una política global de poder, violenta y asimétrica, que ignora cualquier soberanía territorial de terceros. Extrae su legitimidad de una presunción normativa de supremacía del Estado estadunidense y de su sistema de valores. Esta guerra, que no renuncia a sus premisas, no tiene fin y se suprime a sí misma, es decir, suprime la figura misma de la guerra. La lógica cargada de angustia del estratega contra el terror legitima una intensificación de intervención preventiva hasta el umbral más bajo, lo que en tendencia conduce de hecho a una desmilitarización de estrategias de intervención y a una dislocación hacia intervenciones encubiertas, a la entrada en acción de proveedores privados de servicios, incluyendo los militares, y a la defensa preventiva contra supuestos perjuicios a los intereses estadunidenses.

Resulta difícil relacionar la actual política estadunidense con intereses económicos de algún grupo hegemónico en particular. Las contradicciones de la actual política preventiva de intervención sugieren que esta política es propulsada por consideraciones de conservación de poder de política interna. En Estados Unidos las guerras parecen ser en primer término un recurso de política interior manipulador. Sea como fuere, la guerra contra Irak carece de una lógica coherente del capital. Pero la escenificación estadunidense de una lógica de guerra paraliza los discursos democráticos y crea un clima populista para la re elección de Bush. Si los problemas económicos se agudizaran, queda siempre Cuba, más y más abierta para una invasión militar desde la Florida, como una última opción.

Más aún, considerando que a lo ancho del mundo van a la baja los ingresos fiscales y que, con esto, también cae la posibilidad de mantener fuerzas armadas modernas y potentes, de esto se desprende que a mediano plazo el potencial estadunidense para librar guerras permanecerá sin adversarios militarmente relevantes en el mundo. Solamente armas de destrucción masiva podrían, bajo ciertas circunstancias, intimidar y hacer a las tropas estadunidenses desistirse de invadir.

Sin embargo, más terminante es que, a un ritmo vertiginoso, en una gran parte del mundo disminuye con rapidez la elasticidad para oponer resistencia a las disrupciones masivas de la circulación económica. Posiblemente suene cínico aseverar que Irak era uno de los últimos lugares en el mundo, donde era posible escenificar una guerra del tipo que ocurrió. El programa de petróleo por alimentos de las Naciones Unidas, condicionado por el embargo, había preparado de manera casi ideal a la sociedad iraquí para las disrupciones, determinadas por la guerra. Ninguna otra sociedad en el Tercer Mundo dispone de una alta elasticidad comparable de sobrevivencia, frente a tales disrupciones masivas de provisiones.

La urbanización y la destrucción de los mundos vitales campesinos hacen a la sociedad mundial más susceptible que nunca a disrupciones. Es de suponerse que las masas marginalizadas en los cinturones de miseria de las megaciudades del mundo hambreen en el más corto plazo, ante una interrupción de su frágil sistema de abastecimiento. Casi no quedan espacios de refugio rurales, en los cuales la elasticidad presente posibilidades de sobrevivencia a las formas económicas campesinas. Aquellos espacios ya están en gran parte estructurados de manera agroindustrial. Los pobres viven un cotidiano just-in-time, "justo a tiempo", y no disponen de reservas. Los núcleos de las megaciudades modernas como espacios de sobrevivencia se colapsan en pocos días, con apenas una disrupción del suministro de energía eléctrica. De lo anterior, se puede concluir que el mundo casi no dispone de espacios donde sean concebibles confrontaciones militares convencionales, sin que éstas no pongan en jaque en el plazo más corto la sobrevivencia de la población civil, como consecuencia mediata de acciones bélicas.

Hoy, en toda Europa y, por supuesto también en Estados Unidos, Canadá y Australia, la producción agrícola se caracteriza por ser un sector con un alto grado de división del trabajo, que a las menores disrupciones en la circulación de bienes se colapsa. Los subsidios agrícolas en esos países significan, con miras a los futuros escenarios de conducción de guerra fuera de los Estados del Grupo de los Siete (G-7), una sistemática destrucción cumulativa de los mundos vitales campesinos en el Tercer Mundo. Las junglas de pobreza de las megaciudades en extensas regiones del Tercer Mundo se deben, en vista de la doctrina neoliberal de regulación, a la política contrasistémica de subsidios agrícolas que, dentro de los países del G-7, constituyen la mitad del valor añadido generado en la economía agraria.

No existe la menor duda en lo que atañe a la vulnerabilidad de las cada vez más emparedadas islas de prosperidad y "nodos glocales" (Saskia Sassen) de la economía global, ésta dominada por los consorcios multinacionales. Basta interrumpir el suministro de energía eléctrica para apagar estas esferas de vida. Por ejemplo, los enormes frigoríficos de la prosperidad pierden en pocas horas su valor estratégico. Los planificadores militares en el Pentágono tienen a esta vulnerabilidad en la mira, y han desarrollado las armas correspondientes, que fueron estrenadas en Serbia, cuando el suministro de energía eléctrica fue apagado mediante el lanzamiento de fibra de carbón.

Mi tesis lleva a la conclusión de que una invasión militar del tipo de la última guerra contra Irak, llevada a cabo contra casi cualquier otro país del mundo, pondría en peligro la sobrevivencia de toda la población civil en cuestión de pocos días. El escenario de hacer una guerra en contra de un país de rentistas de víveres no es repetible. La situación de la población en El Cairo, São Paulo o la Ciudad de México se aproximaría a la de un genocidio apenas después de tres semanas de disrupción de la circulación de mercancías, como consecuencia de una guerra del tipo llevada a cabo contra Irak. Por consiguiente, surge la interrogante acerca de la conductibilidad de este tipo de guerra con miras a los próximos blancos ya discutidos.

El complejo burocrático-militar estadunidense hace mucho tiempo que ha reconocido esto. Éste ofrece al congreso de ese país, ciertamente todavía con insistencia, una kilomillonaria modernización de las fuerzas armadas convencionales para el aseguramiento duradero de la superioridad absoluta. Simultáneamente empero el Pentágono se prepara paralelamente desde hace muchos años con un gran despliegue de investigación para "operaciones militares salvo la guerra" [Military Operations Other Than War ( MOOTW)]. Con el objetivo de imponer preventivamente y a bajo umbral los intereses estadunidenses, es desarrollado en el mayor secreto un espectro amplio de medios de disrupción, desplegables en todas partes, incluso ahí, donde la conducción de guerra convencional ya no es posible. Al mismo tiempo estos medios de disrupción poseen de manera inherente el potencial para hacer superflua la violencia bélica abierta de parte de Estados Unidos. El potencial de despliegue de este arsenal fue demostrado en la disrupción del suministro de energía eléctrica durante la guerra del Kosovo[3].

Una expresión adicional del reconocimiento tácito a los aparatos burocráticos de seguridad del Pentágono, políticamente no controlados, y de los diversos servicios de inteligencia, es la privatización sistemática y la subrogación de la prestación de servicios de violencia, en interés del gobierno estadunidense. Esto es a la vez el reconocimiento tácito de que las esferas vitales en la economía globalizada casi no toleran un despliegue operativo sensato de la maquinaria de guerra estadunidense.

Hasta ahora no ha sido suficientemente reconocido que la salvaguardia por la vía violenta de los intereses estadunidenses, sin participación de sus fuerzas armadas, fue practicada durante la década de los años 80 en Afganistán. En el lugar de las fuerzas armadas, fue la Agencia Central de Inteligencia (CIA) la que condujo aquella guerra contra la Unión Soviética. La puesta en operación de tropas foráneas para hacer prevalecer los intereses de Estados Unidos fue practicada con éxito. Después del 11 de septiembre de 2001, esta estrategia fue nuevamente puesta en operación para expulsar al régimen Talibán. Los mercenarios mostraron ser empero vasallos con voluntad propia, que habían puesto las miras más en el dinero que en el resultado político. Entretanto las fuerzas estadunidenses en Afganistán pagan peaje a "señores de la guerra" regionales, en sus tentativas por perseguir a presuntos talibanes desbandados o grupos terroristas, con el fin de no poner en peligro las misiones operativas. Simultáneamente, los grandes consorcios de materias primas le pagan dinero de protección a las fuerzas armadas estacionadas localmente, que frecuentemente no perciben un salario suficiente. Recientemente fue divulgado que las empresas petroleras que operan en Indonesia habían pagado millones de dólares a las guarniciones locales en Aceh. Esta forma de patrocinar o acapararse de las fuerzas armadas en las zonas de explotación se practica ampliamente; alternativamente, servicios privados, verdaderas fuerzas armadas, protegen las instalaciones. Gasprom en Rusia mantiene más de veinte mil uniformados armados.

Sobre la segunda tesis:

Crecientemente, los rasgos característicos de las guerras actuales se vuelven cada vez más difusos. Principio y fin frecuentemente no señalan rupturas reales con referencia al acontecer violento. El nivel de violencia dentro de una sociedad hace mucho que ya no es atributo suficiente para tipificar una guerra. Los choques y combates muestran en no pocas ocasiones rasgos erráticos. La ayuda humanitaria, como un elemento de la intromisión, es integrada de múltiples manera al acontecer bélico, y la neutralidad de las organizaciones de ayuda es suprimida de hecho desde un principio, como prerrequisito de entrada.

Además es válido afirmar que la gramática económica de las guerras se ha transformado de manera fundamental. Mientras que la segunda Guerra Mundial, pero también la guerra de Corea, fueron acompañadas por el ensanchamiento de la producción y la movilización de recursos yermos, incluyendo el trabajo esclavo, los conflictos armados de la actualidad se caracterizan por que las actividades económicas son paralizadas, y las personas se quedan sin trabajo, pierden sus sustentos de vida y se convierten en refugiados. La diferenciación entre combatientes y civiles se torna difusa, al tiempo que la población civil se convierte en blanco predilecto de las acciones de combate. Prisioneros de guerra se han vuelto la excepción, y la toma de rehenes casi en la regla. El derecho internacional de guerra hace mucho que ya no constituye un limitante de acción para los actores.

Un hallazgo central de investigaciones recientes señala que la violencia bélica puede ser explicada de manera considerable en función de intereses económicos. Es más, incluso guerras de larga duración se transforman francamente en una forma independiente de producción, donde las acciones bélicas son determinadas por cálculos empresariales sustentados en la violencia. Un hallazgo más es que estas economías de guerra solamente son capaces de funcionar si están integradas a redes transnacionales.

Rastreemos empero en primer lugar la génesis de las estructuras de la violencia. En todo el mundo los Estados se encuentran en una crisis profunda. La privatización de la seguridad es una imagen refleja de la situación que guarda la condición de Estado. Los bienes públicos, entre ellos la seguridad, se transforman extensamente en mercancías, y el poder de compra individual decide sobre la disponibilidad. De allí que la pobreza signifique, ante todo, inseguridad. Definida la condición de Estado de acuerdo con los postulados orientados hacia un Estado benefactor, las formas en que se manifiesta la disolución de la condición de Estado son en efecto desconcertantemente diversas, pero todas tienen en común la renuncia al monopolio de la violencia por parte del Estado, a favor de un amplio espectro de organizaciones de seguridad privada, tanto dentro como fuera del ordenamiento jurídico vigente. En la resaca de la globalización neoliberal, en gran parte del mundo los Estados pierden crecientemente la capacidad de recabar impuestos y, con ello, también renuncian a su propio fundamento. En el consecuente proceso de disolución, furtiva en la mayoría de los casos, del monopolio de la violencia por parte del Estado, los integrantes del aparato estatal se transforman incluso en una amenaza permanente para la sociedad civil, en virtud de que procuran sus medios de vida, y a veces más, mediante el aprovechamiento ilegal de su estatus. Si una sociedad cae en una situación donde la fachada de condición de Estado es apropiada mediante medios económico-criminales por sus agentes, generando una situación de inseguridad generalizada, entonces se disuelven todos los sistemas normativos de la sociedad civil y éstos son reemplazados por estructuras de autodefensa. Estas últimas fuerzan ideologías de identidad, también a nivel micro, que se fundamentan en la exclusión del otro. A lo largo de las fronteras intrasociales que van surgiendo así, se intensifican los conflictos, que finalmente pueden descargarse con violencia armada.

La informalización y criminalización de las actividades económicas determinan la vida, cuando ideologías sustentadas en la identidad se conforman y ocupan el lugar de la esfera jurídica estatal uniforme. Sofocan toda iniciativa empresarial de autoayuda. La migración masiva es regularmente el resultado de tales tendencias. La diáspora resultante fomenta sistemas de redes transnacionales y ofrece a la vez una infraestructura para transacciones ilegales del tipo más diverso. Las esferas de vida de la población migrante ilegal no están protegidas por el monopolio estatal de la violencia, ni por instancias jurídicas del Estado de derecho en el país anfitrión, aunque su fuerza de trabajo es económicamente un componente fijo de las respectivas economías nacionales. La población ilegal migrante está desprotegida frente a los actores criminales.

Las condiciones en Estados en proceso de descomposición, representadas aquí a grandes rasgos, se encuentran empero también en unidades pequeñas dentro del espacio social en Estados que, por lo demás, funcionan. Se trate de ghettos de minorías socialmente dependientes en las metrópolis de las naciones industrializadas, de los gigantescos cinturones de miseria que rodean a todas las grandes ciudades del Tercer Mundo, o de los centros industriales abandonados en la ex Unión Soviética, los habitantes vivencian la condición de Estado como si vivieran en un Estado en descomposición. La policía los confronta como enemigos peligrosos. Correspondientemente, tales "exclaves del apartheid económico y social" se constituyen en estructuras similares a las existentes en economías de guerra. El monopolio de la violencia lo tienen en la mayoría de los casos las bandas organizadas según el principio territorial. Dinero de protección ocupa el lugar de los impuestos. Un silencio obtenido mediante la amenaza de la violencia frente a los órganos estatales de procesamiento penal corresponde a al lealtad ciudadana.

La sociedad "allá afuera" representa para esas personas territorio extranjero. Allí son un recurso, entre otras cosas, para el tráfico de drogas y otras actividades expuestas a riesgo, demandas en la economía-sombra. Quien es pobre, no tiene elección y asume los riesgos que acompañan a la actividad criminal. La población joven desocupada y los varones jóvenes en las zonas del apartheid económico conforman un ejército de reserva inagotable de la criminalidad.

Para una mejor comprensión de la dinámica de la actual globalización bajo la regulación neoliberal, es útil analizar la economía mundial como un sistema de circulación constituido por tres esferas interconectadas, que a su vez facilitan una amplia gama de transacciones desreguladas. Con base en este esquema analítico, se añade la observación de que la globalización sombra, que consta de dos de las esferas, está marcada por la "violencia reguladora" como mecanismo dominante de regulación social y económica. Pero presentamos primero las tres esferas económicas:

Primero, la economía normal, legalmente operante: Esta es la única entidad considerada en el estudio de la economía nacional (los términos alemanes tradicionales son Nationalökonomie o Volkswirtschaft). Es solamente en esta esfera donde son recabados los impuestos, y son los impuestos --lo que en ningún momento debe ser olvidado— los que constituyen la base para la condición de Estado. La doctrina neoliberal ha transformado a la economía nacional en un mercado financiero global que ya comienza, a su vez, a socavar las economías nacionales y a las sociedades ancladas en el Estado.

Segundo, la economía informal: Este es el espacio donde la mayoría de la población mundial organiza su sobrevivencia, y esta mayoría vive en un estado de inseguridad legal y física constante. El monopolio del Estado sobre el uso legítimo de la fuerza no le ofrece ninguna protección. La seguridad tiene que ser organizada sobre una base privada, frecuentemente en contra de funcionarios gubernamentales corruptos. El monopolio de la fuerza es a menudo usurpado por fuerzas criminales a los niveles locales. En algunos casos se organizan grupos de auto defensa, por lo general no muy estables. La economía informal, en la figura de la migración económica y de migración con el propósito de sobrevivencia (refugiados), está mostrando ser uno de los factores más dinámicos dentro del actual proceso de globalización. La migración está operando en una escala enorme en las zonas obscuras de todas las sociedades, y ha creado mercados laborales que son ilegales, pero que se han vuelto un segmento indispensable, tanto en la sociedad receptora como en la sociedad expulsora. Muy pocos bienes públicos están disponibles en el sector informal, a la vez que el Estado cobra muy pocos impuestos.

Tercero, la economía abiertamente criminal: La economía abiertamente criminal puede ser descrita como un número desconocido de redes más bien flexibles, sustentadas en la violencia, que operan globalmente. Estas redes están constantemente extendiéndose parasitariamente hasta el interior de la economía normal, y extorsionan dinero de protección en la economía informal, entre otras actividades. Las drogas son quizás la principal fuerza propulsora de la dinámica de la construcción redes en la esfera criminal. Expertos calculan que el producto anual bruto "criminal" es de al menos 1,5 billones[4] de dólares. Los mercados financieros difusos proveen el medio operativo para las actividades de la economía criminal, donde sus actores buscan, como último fin, el lavado de sus ganancias no legales.

Es preciso señalar que la economía de drogas está en función exclusiva de la persecución promulgada en los Estados Unidos y en otros países industrializados. Las ganancias extraordinarias se deben exclusivamente a la criminalización del consumo. Si tomamos los costos de la persecución en apenas un país, Estados Unidos, donde son erogados alrededor de 43 mil millones de dólares solamente para sostener a 1,2 millones prisioneros afroamericanos y latinoamericanos en las cárceles por infracciones de droga, con cargo a los contribuyentes estadunidenses, se puede concluir que ningún otro producto recibe una subvención tan alta, indirectamente por supuesto. Mientras los países industrializados no cambien su política de combate a las drogas, a favor de un control de la demanda en vez de la feroz guerra actual para suprimir la oferta, este polo dinámico de la economía sombra continuará creciendo. Nada menos que metas substanciales como la legalización y nacionalización de la venta de drogas permitirá una reducción de la economía sombra.

La economía global actual puede ser esbozada como un proceso espiral ascendente, que envuelve a la globalización neoliberal; ésta conduce a la fragmentación social y a la polarización, las cuales a su vez conducen a la globalización de la esfera informal y de la criminal, que llamaré conjuntamente la "globalización sombra". Los conflictos armados internos se articulan en este entorno, y muestran las características económicas observadas; es decir, el entrelazamiento necesario en la economía sombra global. Pero la interconectividad de la economía sombra global no está limitada a los países que sufren conflictos armados en su propio territorio. En muchos otros países prevalecen también esferas que no son de la economía regular, sin que por eso emerjan conflictos armados reconocidos como guerras internas. Aunque en términos del volumen de violencia que sufren muchos de estos países, no se distinguen de las llamadas nuevas guerras. La configuración de conflictos violentos ligados a la economía sombra no conduce necesariamente a una guerra abierta, porque la protección de los flujos económicos impone niveles sutiles de control social por violencia.

Las conexiones entre los procesos simbióticamente enlazados de globalización por un lado, y formas en que se manifiesta la violencia social por el otro, hacen necesario investigar de manera mucho más exacta, también comparativamente a escala internacional, la violencia a nivel micro que se expresa, entre otros, en la tasa de homicidios y delitos con empleo de armas de fuego. Es necesario determinar la participación de la "violencia reguladora" en la totalidad de los delitos de homicidio y de otros actos criminales violentos. La "violencia reguladora" será definida como la amenaza y el empleo de violencia física para imponer relaciones desiguales de intercambio y de apropiación.

Si uno rastrea las transacciones típicas de las economías de guerra por sus rutas hacia la economía regular, se abren sistemas de redes criminales que operan a lo ancho del mundo, y cuya lógica de funcionamiento se basa en actos violentos, o bien en la amenaza creíble de éstos. Por lo tanto, es analíticamente fructífero trabajar con la categoría de "violencia reguladora" en la investigación de las relaciones sociales de la violencia en la era de la globalización y de la globalización sombra neoliberales, para así poder descifrar mejor las lógicas de la violencia, constitutivas del funcionamiento dinámico de la economía sombra.

La nueva dimensión decisiva de estos fenómenos, que tienen carácter sistémico en las economías de guerra dentro de los conflictos armados internos y en sociedades fuertemente fragmentadas, se encuentra en que la lógica de funcionamiento de estos sistemas, necesariamente transnacionales, en Estados en descomposición, borra las diferencias entre guerra y paz. Las tasas de criminalidad violenta en sociedades fuertemente polarizadas como, por ejemplo, Brasil, Sudáfrica o Nigeria, alcanzan o rebasan incluso los resultados de la violencia bélica en "guerras civiles" actuales. La conducción sustentada en la violencia de sistemas transnacionales de redes, por ejemplo, de tráfico de drogas, armas y tráfico de personas, es forzosamente desterritorializada; en cualquier punto de las cadenas de transacción, puede ser necesario confrontar con "violencia reguladora" las disrupciones en la circulación de mercancías, dinero y personas. El ejemplo de los cárteles de las drogas es el mejor documentado. Desde el cultivo hasta el consumidor final, a menudo pasando por numerosas estaciones intermedias, a través de todos los continentes, con violencia si es necesario, debe ser protegida la red.

Pertenece también a la lógica de funcionamiento de los sistemas de redes económico-criminales que la existencia de los mercados en la economía regular no debe ser puesta en peligro, porque solamente si los actores pueden canalizar hacia el interior de esos mercados los ingresos de sus operaciones criminales, éstos podrán realizarse. Esto es lo que constituye la ya mencionada simbiosis entre ambos procesos de globalización, donde hasta el más brutal señor de la guerra está de alguna manera integrado. Lo que aparenta ser una guerra sin fin es posiblemente un atributo sistémico. Los señores de la guerra, o más precisamente, los empresarios sustentados en la violencia, están subordinados a la lógica de los sistemas de redes criminales transnacionales. Las metas políticas territoriales tienen que permanecer subordinadas a esta lógica. Se trata aquí de una difusión de la violencia bélica hacia el interior de los espacios transnacionales de operación de sistemas de redes criminales. La violencia bélica se transforma en "violencia reguladora". Las guerras pierden así su campo de batalla, son desterritorializadas. El multicitado término, "nuevas guerras", es, según esta hipótesis, solamente una expresión transitoria en ruta a la difusión generalizada de la violencia bélica, que no funge más sino como "violencia reguladora", extensamente atada a la lógica de sistemas de redes económico-criminales transnacionales, que se propagan dentro del contexto del globalismo neoliberal. Mark Duffield ha descrito también estas tendencias económico-bélicas y habla de guerras entre sistemas de redes, network wars. Sin embargo, este concepto es una selección desafortunada, porque la guerra sin territorialidad es una construcción problemática[5].

El empuje modernizador que acompaña al globalismo neoliberal conduce a la segmentación social de las sociedades en megaciudades y, simultáneamente, es observable una ruptura modernizadora entre las generaciones. La realidad social en muchísimos países está marcada por una exclusión masiva de la economía regular de numerosas generaciones jóvenes. Este apartheid intergeneracional extendido se revela como un atributo sistémico reprimido del globalismo neoliberal, y está marcado por creciente amargura social y por proyectos de vida alternativos individuales, que se sustentan en el empleo de la violencia como afirmación y para obtener logros. Estas personas jóvenes no tienen representación política alguna dentro de las estructuras estatales existentes y en asociaciones políticas. Solamente son tomadas realmente en cuenta como un riesgo criminal. A menudo articulan su estado anímico, idealizador de la violencia instrumental, en los textos de hip-hop y rap que, sin embargo, no son percibidos como articulación política. Pero es significativo que la signatura de hip-hop y rap es un fenómeno global con articulaciones locales.

Si las personas jóvenes, relegadas al apartheid social en todo el mundo, tuviesen una voz política dentro de los sistemas políticos dominantes, para hacer valer sus intereses, para poder vivir y trabajar en condiciones de un orden jurídico constitucional, entonces sería difícil para el globalismo neoliberal hacer prevalecer su propósito. En lugar de una promesa abstracta de bienestar a través del crecimiento basado en la desregulación de la economía, aparecería en su lugar como prioridad la oportunidad de todos para participar constructivamente en la reproducción económica, por medio del trabajo dentro de una esfera de Estado de derecho unitaria. Juan Somavía, el director de la Oficina Internacional del Trabajo, confirma en su reciente informe, que el camino para salir de la pobreza es el trabajo; traducido a nuestro esquema analítico, quiere decir que el camino para superar las economías sombra, y la violencia reguladora asociada con éstas, es el trabajo bajo la protección de la ley. Desde abajo, es decir, desde las sombras de la globalización neoliberal y, sobre todo, desde la óptica de las personas jóvenes, la economía mundial requiere de una nueva doctrina de regulación orientada hacia la participación productiva del mayor número posible de personas en las economías nacionales.

Analizando las tendencias actuales es preciso de constatar que Colombia forma parte de un pequeño grupo de naciones que califican todavía para sostener formas de guerra extendidas; es decir, violencia anclada en territorialidad. El pequeño campesino es el símbolo de la elasticidad social que permite a los señores de guerra sostener económicamente y logísticamente una postura militar. Pero dado el profundo involucramiento de varios grupos sociales colombianos en la dinámica de la globalización sombra, no es de esperar que un cambio de la estructura socio-económica necesariamente diminuya el nivel de la violencia, porque la globalización sombra genera un alto nivel de violencia reguladora, que reemplazará a la violencia guerrera. Por otra parte, el involucramiento norteamericano en el juego de violencia (guerrera), es decir, la actual forma de regular, por medio de violencia, la topografía social del país, se debe principalmente a coyunturas políticas en los Estados Unidos, y menos a intereses estratégicos. Por lo tanto, los recursos militares disponibles al actual gobierno colombiano no reflejan un factor que tenga constancia, ni en volumen, ni en la forma organizativa.

Es más que probable que la intervención militar de los Estados Unidos en Colombia tome otro carácter, en cuanto no se produzca el éxito rápido esperado por la estrategia, presentada como "totalitaria", del gobierno de Uribe. Una "mercenarización" de la política intervencionista sería una de las alternativas a la actual política. Además, hay que tomar en cuenta que la "construcción de naciones", nation-building, no forma parte de la ideología intervensionista de los actuales grupos de poder político en los Estados Unidos. Para una excelente exposición de este aspecto me refiero al análisis de Alain Joxe en su reciente libro, L'empire du chaos[6], que será disponible en una traducción al español en México.

Dada la profunda inmersión del conjunto socio-económico colombiano en la globalización sombra, y la tradición de regular tanto el poder político, así como la economía, a partir de un Estado mínimo, que deja la regulación a fuerzas descentralizadas, una superación de la alta tasa de violencia en Colombia presupondría, como mínimo, la existencia de perspectivas confiables de una regulación económica, que permita la construcción viable de un Estado consensual, capaz de crear oportunidades económicas para la juventud, que llega cada año en cantidades más grandes al mercado de trabajo. Sin abandonar las promesas del discurso neo-liberal, no será posible formular un proyecto cohesivo de integración de la sociedad colombiana. Pero la atracción de ganancias que propulsa a distintas elites colombianas, tanto dentro de la esfera regular de la globalización neoliberal, así como dentro de las esferas sombra de la globalización, prohíbe que se pongan de acuerdo en un proyecto político integrador. Así que se puede concluir que sin la participación de los socios comerciales, tanto los legales como los ilegales, Colombia no llegará a un proyecto consensual y cualquier solución será atacada por la parte excluida. Es importante tomar en cuenta que la esfera de la globalización sombra en el caso colombiano es sobre todo un producto de un prejuicio moralista en los países consumidores de drogas y las políticas que resultan de este prejuicio. Así que una de las llaves para superar la violencia en Colombia sería un cambio de la cultura de consumo de drogas, sea la liberalización del consumo, o una creciente preferencia por drogas sintéticas. Bajo ambas condiciones, la vinculación de Colombia con la globalización sombra disminuiría y reduciría la base económica de los empresarios de violencia en el territorio colombiano.

Posdata

Reflexionando sobre los tipos de discurso acerca de la violencia en Colombia, que he tenido el privilegio de escuchar, durante la conferencia "Caminos para salir de la violencia" en Francfort, continúo pensando que un mayor énfasis en estudios comparativos de fenómenos de violencia en otros países sería muy productivo, para poder avanzar en el entendimiento de la dinámica socio-económica, definida ésta por los procesos paralelos y simbióticos de la globalización y de la globalización sombra, que afecta a los actores dominantes de la violencia colombiana, aunque éstos continúen disfrazándose en discursos políticos aparentemente coherentes, pero que reflejan ideologías congeladas de hace dos o tres décadas. Estos discursos han creado una cultura política ritual, que juega un papel conservador, al estabilizar el rol de actores sociales tradicionales en la confrontación colombiana. Hay que hacer hincapié en que esa profunda ritualización frena la adaptación a nuevas realidades socio-económicas, y lleva consigo características de un autismo político en la escenificación de posiciones ideológicas.

Las ciencias sociales y, sobre todo, las ciencias políticas, en cuanto se refiere al estudio de la violencia en Colombia, a veces son parte de esa cultura política ritual. Tipificaciones como "madurez" del conflicto, o el llamado a una década políticamente estable, supuestamente necesaria para adelantar en las negociaciones para terminar la violencia, niegan que la dinámica de los procesos de globalización afecta profundamente a los principales actores del conflicto colombiano. Los cambios subyacentes que acontecen en el mundo actual hacen imprescindible que los actores colombianos se re posicionen continuamente. De otra manera la brecha entre las posiciones ideológicas y las bases sociales de los actores crecerá tanto, que la implosión de las organizaciones sociales de los actores se presenta como una perspectiva real. Hace falta una lectura empírica de la implosión radical de todas las instituciones políticas en el imperio Soviético, para un mejor entendimiento de las tensiones entre la estabilidad ideológica, a veces admirada en los análisis de la violencia, y las transformaciones de la sociedad.

Estudios profundos de las circunstancias de la implosión y posterior inmersión en las estructuras de un Estado ilegítimo, el de la UNITA en Angola, por ejemplo, podrían ayudar a trazar extrapolaciones de posibles evoluciones en Colombia. Hay muchos casos similares, en donde una elite ha acaparado firmemente el Estado para enriquecerse y ya no aspira a adelantar una sociedad socialmente integrada. Pactos tácticos con empresarios de violencia y una imagen reformadora para fomentar la ayuda externa caracterizan este tipo de Estados polarizantes. Las elites logran convertir la crisis del Estado, provocada por ellas mismas, en nuevos recursos de ayuda externa, y como los países del G-7 temen las consecuencias de un failed state, un "Estado fracasado", se comprometen a repartir recursos extraordinarios. Un estudio detallado de la evolución política de Georgia revelaría lecciones para un mejor entendimiento del caso Colombiano, porque la dinámica conflictiva en Georgia conlleva elementos muy parecidos.

Otro proceso de transformación social, con participación dominante de actores violentos y corruptos en control del Estado, que valdría la pena estudiar en detalle, para un mejor entendimiento de las lógicas de la violencia en evolución permanente en Colombia, sería Yugoslavia y la posterior Serbia. Una de las particularidades del proceso de transformación en Serbia se manifestó en la "mafiaización" de las estructuras estatales, y en la creación de un Estado sombra, sustentado en la amenaza real de violencia, como mecanismo de regulación. Con el acercamiento de la AUC y el Estado, es preciso analizar las perspectivas, en vista de experiencias vividas en otros países que sufren de un alto nivel de violencia.

Resumiendo mi recomendación para el discurso continuo sobre los caminos para salir de la violencia destacan dos elementos:

  1. Hay que ampliar el discurso y buscar nuevas pistas de análisis con base en estudios comparativos. No es de negar que la violencia en Colombia demuestra características únicas pero, al mismo tiempo, Colombia forma una parte integral de las dinámicas de la globalización, tanto de la regular como de la sombra, lo que afecta necesariamente las lógicas de la violencia en formas parecidas a las de otras partes del mundo. Los actores violentos en todas partes están expuestos a condiciones parecidas. Todos tienen obligatoriamente una cara comercial, y dependen de múltiples lazos entre ellos, a través de las redes comerciales extendidas en las esferas sombra de la globalización. Los empresarios de la violencia en Colombia, es decir, la otra cara de los líderes de los partidos de la violencia colombiana, están forzosamente, so riesgo de desaparecer, involucrados en las redes comerciales que dominan la globalización sombra. Así que el estudio de las estructuras mafiosas y de los mecanismos de financiación de movimientos armados en otros países contribuiría a la reconstrucción de las lógicas políticas subyacentes en los discursos en Colombia. En cuanto éstos reflejen los cambios profundos y acelerados de la economía mundial, en la cual tienen que posicionarse, deberán adaptarse continuamente.
  2. Un estudio continuo de las crisis sociales y económicas de la actual regulación neo-liberal es indispensable para un tipo de discurso productivo sobre los caminos de salida de la violencia, y para poder detectar las recetas puramente ideológicas, sin perspectiva alguna de verdaderamente aportar a la integración social y política del país.

Finalmente, es urgente de no cargar al Estado con funciones adicionales, sin reconocer que el actual Estado colombiano no cuenta con los recursos para implementar políticas de integración social. Sin aumentar la cuota estatal en el PIB, a través de una regularización de la economía con el fin de recaudar impuestos, el Estado no puede realizar ningún papel importante en la preparación de caminos para salir de la violencia y llegar a un proyecto político que permita a los colombianos, sin excepción, trabajar en dignidad y seguridad amplia.

Notas a pie de página

[1] "Fenotipo" en su rigurosa acepción etimológica (phainein: mostrar, aparecer; túpos: tipo).

[2] (N. Del T.) Intraducible al español: homeland (home: hogar; land: tierra) Security evoca emociones de apego al hogar y a la tierra que uno habita, y a la necesidad de sentir seguridad. La voz española "patria" se deriva de pater, padre.

[3] La sorprendente resistencia del régimen de Milosevic se basó, entre otros factores, en la entonces todavía extensa economía agrícola de productores pequeños en Serbia.

[4] 1,5 billones (1012) en español; es decir, 1,5 trillones en inglés y en el español corriente, empleado por cada vez más medios de comunicación, que mal traducen el inglés billion por billón, y trillion por trillón.

[5] Mark Duffield, Global Governance and the New Wars: The Merging of Development and Security, ZED Books Ltd., London, 2001.

[6] Alain Joxe, L'empire du chaos :Les Républiques face à la domination américaine dans l'après-guerre froide, Éditions La Découverte, Paris, 2002, 190 pp.